¿Por qué te llaman así? Los nombres de las plantas
Orlik Gómez García y Víctor Elías Luna Monterrojo
Cuando visitamos un jardín botánico, cualquiera del que se trate, nos llama poderosamente la atención que muchas plantas en exhibición tengan una etiqueta en la que se muestran los nombres con las que, de acuerdo con ciertas reglas de nomenclatura establecidas y aceptadas por los botánicos del mundo, podemos identificarlas. Haciendo un gran resumen, diremos que las plantas se agrupan en familias, géneros y especies, cuyos nombres nos parecen raros porque proceden del latín, el antiguo idioma indoeuropeo, cuyo origen se remonta a 4000 años a.C. y que fue hablado en la civilización romana. Fue a mediados del siglo XVIII cuando el botánico Carl Linnaeus propuso la utilización del latín para dar nombre a los seres vivos, entre ellos a las plantas.
Los seres humanos, no importa el origen, el idioma que hablemos, la época o el lugar dónde vivamos, también tenemos nombres, algunos de ellos tan raros como los de las plantas. Estos surgieron con el deseo y la necesidad de ser designados. El nombre, entendido como el nombre propio, es aquello que nos identifica, pero no es la única manera. Los apodos, alias o sobrenombres son otra manera de identificar a alguien o de autoidentificarnos; también son nombres, aunque no son nombres propios. En el nombre científico de los seres vivos, incluyendo a las plantas, se usa un sistema binomial, es decir, un nombre que siempre consta de dos palabras. La primera es el género y la segunda la especie. Como mencionamos anteriormente, son palabras en latín o versiones latinizadas de otros idiomas. Existe un nombre único para cada especie, que es su nombre propio, escritos en un idioma global y unificado a nivel mundial para cada especie.
Hagamos de cuenta que una hipotética persona, que lleva por nombre “Sebastián Gaona” de acuerdo con su acta de nacimiento, es llamada “Sebas” por sus amigos, “Señor Gaona” en su trabajo o “Cielito” por su actual pareja. Aunque son varias las maneras de identificarle, evidentemente su nombre universal, inamovible e identitario es y será “Sebastián Gaona”. En el caso de los seres vivos -las plantas entre ellos- el escenario es, de cierta manera, similar. El nombre científico es el nombre universal de la especie. Supongamos que, como en las listas en de los grupos escolares, si empezamos por el apellido y después el nombre, quedaría “Gaona Sebastián”; hagamos de cuenta ahora que nuestro buen amigo “Sebas” tiene un hermano, “Pedro”; para diferenciarlos, se enlistaría como “Gaona Pedro”. Como podemos ver, el apellido funciona como el género y el nombre propio como la especie. Es un sistema binomial que da más idea de la relación y que permite conocer el parentesco de grupos de personas o, en el caso de las plantas, la relación evolutiva en estos seres vivos.
Los apellidos son relativamente recientes, pues se crearon hace algunos cientos de años, aproximadamente en la edad media. Antes sólo se hacía referencia al nombre, de manera que en la historia encontramos personajes reconocidos por su nombre únicamente, como Platón, Marco Antonio, Homero, Sócrates. Pero conforme se fue avanzando y, sobre todo, escribiendo la historia esto causaba confusión. Se empezaron a asociar a los nombres con el oficio de la familia, el origen geográfico como el pueblo, región o país o algunas características físicas de las personas. Fueron estas asociaciones las que más adelante conformaron los apellidos. Hoy en día todavía podemos encontrar apellidos como Pastor, Cantero, Pedrero, Labrador, Escudero, Barbero y Molinero que hacen alusión a oficios. También es común encontrar apellidos como Madrid, Toledo, Sevilla, Ávila, Puebla, Tlaxcalteco, Costeño o Mérida, que hacen referencia a un lugar geográfico. Y en algunas a ocasiones los apellidos hacen referencia a características físicas, como Calvo, Moreno, Rubio y Delgado, Gordillo, Buenrostro o su contraparte, Malgesto.
Regresemos con las plantas. En todo el mundo existen alrededor de 400.000 especies conocidas y cada una tiene un único nombre dentro de la nomenclatura biológica binomial, al que llamamos “nombre científico”, formado por el nombre del género, seguido del de la especie (o epíteto específico), escritos en latín o en su forma latinizada. Al mismo tiempo, cada una tiene infinidad de nombres locales o comunes. Ya sea en latín o latinizado, el nombre científico de las plantas, particularmente el epíteto específico, con mucha frecuencia hace referencia a su forma o apariencia, al tamaño, a la coloración y disposición de las hojas y flores, la presencia de pelos, escamas o gránulos, el origen y a los aromas y sabores y a muchos otros rasgos físicos, o bien hacen homenaje a algún personaje, dando origen a esa variedad de nombres raros a la que nos referimos al inicio de este texto.
Así, por ejemplo, recorriendo los jardines botánicos, encontramos especies denominadas edulis o esculenta (comestible), densifolius (disposición densa o tupida de las hojas), arborescens (en forma de árbol), columnaris (en forma de columna), caespitosus (similar al césped), elegans (elegante), spectabilis o speciosus (bonito o vistoso), latifolius (de hoja ancha) gracilis (delgado), robustus (fuerte, robusto), magnificus splendens (magnífica, espléndida), communis (común), grandis o magnus (grande), major (más grande), exiguus, parvus o minor (pequeño), nanus, pumilus, pygmaeus (muy pequeño, enano), gigas o titanum (muy grande, enorme, gigante), alternifolia (con hojas alternadas), versicolor (de varios colores), angustifolius (con hojas angostas o estrechas, cordatus (en forma de corazón), palmatus (en forma de mano), campanulatus, campanulata (en forma de campana), racemosus, racemosa, racemiflora (con flores en racimos), pallescens o pallidus (pálido), concolor (del mismo color), bicolor (con dos colores), discolor (de diferentes colores), maculatus, maculata (con manchas), reticulatus, reticulata (en forma de red), punctuatus (punteado), striatus (rayado o con estrías), glaber, glabra, glabrum (liso, calvo), asper (áspero), hirsutus, pubescens (peludo), farinosus, farinosa (semejante a polvo de harina), rugosus (arrugado, rugoso), aromaticus (aromático, sabroso), suaveolens (de aroma agradable), graveolens (de aroma fuerte), foetidus, foetidum (que huele mal), dulcis, suavis (dulce), elephantipes (semejante a una pata de elefante), mexicana (de México), hyspanica, iberica (de España o la península ibérica), japonica (de Japón), mauritanicus (de Marruecos), arabiga, californica, peruviana, alpina, floridana, patagonica, oaxacana, etc.
Sin mencionar a aquellas especies que honran a ciertos personajes, como darwiniana (Charles Darwin), humboldtiana (Alexander von Humboldt), gomez-pompae (Arturo Gómez Pompa), pavonia (José Antonio Pavón)o maximartinezii (Maximino Martínez), y tampoco los nombres comunes porque no terminaríamos nunca, diremos que casi tan grande como la diversidad vegetal, también lo es la diversidad y abundancia de los nombres comunes de las plantas. Por eso, entre las cosas más importantes que podemos aprender en un jardín botánico es que, aunque conozcamos varios nombres locales para una planta, sólo tiene un nombre científico válido, utilizado en todo el mundo y que le da identidad.
Referencias
- Gledhill, D. 1989. The name of plants. 2nd edition. Cambridge University Press. 202 p.
- https://www.biodiversidad.gob.mx/especies/cuantasesp
- https://www.uv.es/~ivorra/Latin/evolucion.htm
- https://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20111223/54242299430/la-importancia-de-nuestro-nombre.htm
- Struwe, L. 2020. El nombre de las plantas: explicaciones y ejemplos, edición 1. Botanical Accuracy LLC, Skillman, Nueva Jersey, EE. UU.
Jardín Botánico Francisco Javier Clavijero