¿Por qué no “vemos” las plantas?

Josué Román Vázquez1 y Brenda Yudith Bedolla García2

La ceguera vegetal es un problema biológico-social que pone énfasis en nuestro aparente desinterés por conocer y nombrar a las plantas, relegándolas a organismos de segundo orden.

Para un gran número de personas distinguir y nombrar a las plantas no es una tarea sencilla, después de todo la mayoría de ellas son iguales. La confusión que provocan estos organismos está relacionada con la forma en la que comprendemos al mundo o, mejor dicho, en las asociaciones que hacemos todos los días para que podamos entender mejor aquello que desconocemos. Hace unas semanas, estaba sentado a la orilla del embarcadero del lago de Pátzcuaro y no es difícil notar la enorme cantidad de lirios de agua (Pontederia crassipes) que van cubriendo la superficie del muelle. Los lirios son plantas vasculares, acuáticas y flotadoras de la familia Pontederiaceae. En cierto momento, un padre de familia les explicaba a sus hijos que aquella masa verde era, en realidad, un tipo de alga; hubo una persona más que aseguraba que se trataba de sargazo (una macroalga marina) (Figura 1). 

Aquella masa verde e indivisible que flota sobre el lago puede ser exactamente igual a cualquier otra masa verde, pero nuestra capacidad de distinguirla de las demás masas verdes está en función del lugar de donde venimos, dónde habitamos, qué estudiamos y con qué trabajamos. Por ejemplo, para los artesanos que trabajan con la chuspata (Typha dominguensis) en la ribera del lago de Pátzcuaro sería absurdo confundirla con el lirio de agua, por su hábito, la forma y el tamaño de sus hojas y porque, a final de cuentas, se trata de la materia prima misma con la que realizan diferentes artesanías. Las personas aprendemos a distinguir las cosas con las que trabajamos porque eso nos facilita la vida, incluso cuando la persona que compra las artesanías jamás ha visto un chuspatal (Figura 2).

En 1999, los investigadores estadounidenses James Wandersee y Elisabeth Schussler introdujeron el concepto de plant blindness (ceguera vegetal) para referirse a la incapacidad de ver y/o de reconocer a las plantas del ambiente que nos rodea, así como al desinterés que muestran las personas hacia estos organismos. Esta falta de interés impide que podamos reconocer la importancia ecosistémica y económica que tienen este tipo de organismos, además nos impide apreciar sus características biológicas únicas. A diferencia de las plantas, los animales, por su motilidad y su cercanía con nuestra especie, se consideran organismos de primer orden, mientras que las últimas son consideradas objetos que, por su aparente similitud, se difuminan en el fondo de nuestra vista.

De acuerdo con este concepto, las plantas son más bien elementos decorativos en un escenario donde lo que importa son las personas y los animales vertebrados. De las plantas se habla como el alimento del ganado o el soporte que utilizan los chimpancés para balancearse, sin embargo, pocas veces se les considera como los personajes principales de la trama biológica a pesar de que, en realidad, son la base para el establecimiento de las cadenas tróficas. Las plantas son productores primarios, pues son capaces de transformar la energía solar en materia orgánica y servir de alimento para un sinnúmero de otros organismos. Si son los elementos básicos para el mantenimiento de la vida en la tierra, ¿por qué se les ha relegado a organismos de segundo orden? (Figura 3).

Existen diferentes propuestas para explicar las razones por las cuales la ceguera hacia las plantas es un problema cada vez más común, ideas que ya perfilaban Wandersee y Schussler en su publicación original acerca de este fenómeno biológico-social y que toma cada vez más relevancia en contextos urbanizados e industrializados. Se habla, por ejemplo, de la relativa homogeneidad y uniformidad de las especies vegetales, así como de la falta de estudiantes interesados en tomar cursos de botánica (estudio de las plantas) en las diferentes carreras universitarias como, por ejemplo, la biología y la agronomía. Hasta hace algún tiempo, la materia de botánica era obligatoria en los planes de estudio, mientras que ahora es opcional. Incluso en los niveles básicos de educación, los temas relacionados con las plantas son insuficientes para despertar el interés por distinguirlas y nombrarlas.

Las plantas crecen frente a nosotros, pero somos incapaces de distinguir a cada una de ellas. Imagen: Josué Román-Vázquez

Es necesario poner el énfasis en las consecuencias que el desarrollo urbano y la industrialización tienen en nuestras ideas acerca de los “productos naturales”. Tanto las ciudades como los procesos industriales nos han ido separando, poco a poco, del entorno natural, mientras que nos ofrecen versiones manufacturadas y embellecidas de la naturaleza en camellones y jardines sintéticos, o bien, mientras reemplazan la naturalidad original de nuestros alimentos con una cadena de producción ultra-higiénica de productos estériles, ultrapasteurizados, deslactosados y libres de gluten. En resumen, el problema cotidiano de no conocer cómo crecen las piñas que consumimos directo de una lata (slider).

Por ese motivo, no es complicado producir miradas de extrañeza cuando mencionamos que una piña y las plantas denominadas “gallitos”, que crecen sobre los cables de luz, pertenecen a la misma familia botánica (Bromeliaceae), o que los higos no son un solo fruto, sino un montón de frutos concentrados en una única estructura (un sícono), que las lechugas están más emparentadas con los girasoles y con el diente de león (familia Asteraceae) que con el repollo (familia Brassicaceae); que las cerezas, los duraznos, los capulines y los chabacanos pertenecen a distintas especies del mismo género (Prunus) dentro de la familia de las rosas y las zarzamoras (Rosaceae); o bien, que las papas (Solanum tuberosum) están más emparentadas con el jitomate (Solanum lycopersicum) que con el camote (Ipomoea batatas).

La lejanía física y cultural de las ciudades con el campo aumenta la distancia de las relaciones que tejemos con el mundo natural, romantiza la idea de la naturaleza virgen e impoluta y considera a la vegetación como un conglomerado indivisible que sirve sólo como el elemento decorativo en el teatro de nuestras vidas y de nuestros escritorios. Nos queda reevaluar los vínculos que nos unen con la naturaleza y dirigir nuestra mirada hacia la maceta que tenemos en el borde de la ventana para preguntarnos si realmente sabemos con quiénes compartimos la habitación.

Referencias

 

Slider: ¿Quién es el personaje principal en esta fotografía? ¿La mariposa o la flor? (Foto: Sheila Brown, https://1-sheila-brown.pixels.com/).

 

1Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Facultad de Ciencias Biológicas, licenciatura en Biología

2Instituto de Ecología, A.C., Centro Regional del Bajío, herbario IEB