El microlimnotopo léntico

Sergio Albino1,2, Alberto González2 y Jorge Galindo-González1

Alguna vez te has preguntado porque los biólogos hablan tan raro cuando nombran a sus especies con las que trabajan. Esto se debe a que en esta ciencia es común utilizar una lengua muerta para nombrar a todas las especies de seres vivos que habitan en nuestro planeta. Además, evita confusiones y supera las barreras de los idiomas y nombres locales.

El latín, es una lengua, que fue desarrollada y utilizada por los antiguos romanos con su propia gramática, vocabulario y estructura lingüística bien definidos. Aunque hoy en día se considera una lengua muerta, es decir que no se habla como lengua materna en ningún país. Sin embargo, hasta la actualidad el latín es utilizado en la nomenclatura científica para nombrar especies debido a su naturaleza universal y su estabilidad a lo largo del tiempo y a través de diferentes culturas y lenguas.

Carolus Linnaeus, un naturalista, botánico y zoólogo sueco conocido como el padre de la taxonomía moderna, desarrollo en el siglo XVIII, un sistema de clasificación y nomenclatura conocido como nomenclatura binomial (Systema Naturae), que es el sistema que utilizamos actualmente para nombrar a las especies. Los nombres científicos se componen de dos vocablos: el género (la primera letra en mayúscula) y el epíteto específico (en minúsculas). Ambos componentes suelen derivarse del latín o del griego antiguo, y deben ser escritos en itálicas o subrayados.

¿Cuál es la utilidad de los nombres científicos?

Utilizar nombres científicos presenta diversas ventajas significativas. Facilitan la comunicación entre la comunidad científica de diferentes países; elimina la ambigüedad y la posible confusión que pueden surgir al usar nombres comunes, los cuales pueden variar según la región o idioma. Por ejemplo, en Veracruz, un puercoespín (Coendou mexicanus), es conocido con diferentes nombres como zorro espín, puercoespín tropical. Ahora consideremos una especie de amplia distribución como el jaguar, que recibe diferentes denominaciones como “Onza” en gran parte de Centroamérica u “Otorongo y Jaguarete” en Sudamérica. 

Si bien no es una regla inflexible, en general, los nombres científicos están intrínsecamente ligados a una detallada descripción científica de la especie. Esto facilita a los investigadores acceder a información específica sobre el organismo en cuestión a través de bases de datos y literatura especializada. En otras palabras, tener un conocimiento básico de latín nos proporciona una comprensión inmediata del tema en discusión.

Por ejemplo, consideremos el nombre científico del oso polar, Ursus maritimus, que se traduce como "oso marino". Esta designación hace alusión al hábitat característico de esta especie. Otro caso interesante son las ardillas pertenecientes al género Xerospermophillus. Esta palabra compuesta por dos partes, “Xeros”, que denota un ambiente seco, y “spermophilus”, que se refiere a su gusto por las semillas, nos permite inferir que se trata de ardillas que consumen semillas y que prosperan en ambientes áridos o secos.

Finalmente, el latín puede brindar una forma refinada de nombrar elementos, por ejemplo, un microlimnotopo léntico, que hace alusión a un pequeño hábitat acuático de aguas estancadas o de flujo lento. Este término se compone de tres partes: “Micro”, indicando su pequeñez; “limnotopo”, denotando un ambiente acuático; y “lentico”, que describe un estado de estancamiento o flujo pausado. Dicho de otro modo, se refiere a un simple charco de agua, aunque su denominación en latín le otorga un toque de elegancia y precisión.

 

Slider: Muestra a una pequeña tortuga dentro de un microlimnotopo léntico (charco de agua). Autor: Carlos Montalbán Huidobro

1Instituto de Biotecnología y Ecología Aplicada, Universidad Veracruzana (INBIOTECA)

2Red de Biología y Conservación de Vertebrados, Instituto de Ecología, A.C (INECOL)